Los misioneros que arribaron al caribe colombiano en el siglo XVIII se horrorizaron al escuchar de un indio anciano que el dios arhuaco Kaku Serankua era el creador del universo y la Sierra Nevada de Santa Marta era el ombligo del mundo. La evangelización llevaba unos doscientos años con la bula Exponi Nobis Fecisti, que autorizaba conquistar el alma de los indígenas para imponer el bautizo, el matrimonio, la comunión y la confesión. Sin embargo, algunas tribus indomables se resistían a cambiar la historia de sus dioses. El intento duraría más de 300 años y acabó en uno de los acontecimientos más desconocidos y penosos de la evangelización en América: "Los nuevos hijos de Dios".
El plan era ambicioso: someter al cristianismo hasta el último indio de las tribus más reacias del Caribe colombiano: wayúus, motilones y arhuacos. La Iglesia apostó a un centenar de monjes cerca a las aldeas indígenas en las estribaciones de la Sierra Nevada, la Serranía del Perijá, y otros se fueron a la Alta Guajira y fundaron el internado de Nazareth. La misión era borrar a los “dioses perversos” de la mente de los indios. Todas las tribus rechazaron a los extraños vestidos con trapos oscuros y grandes cruces de madera. Un día ocurrió la tragedia: los feroces motilones atravesaron con flechas de macana a un joven monje español a la salida de una capilla en un poblado.
Los indios subieron el cuerpo al cerro, lo desmembraron y comieron algunos pedazos asados. Más tarde bajaron los restos mutilados con sus ropas y las dejaron en la puerta de la capilla, tal como lo relataron los cronistas españoles. A la mañana siguiente un sacerdote recogió todo y lo quemó. La Iglesia negó los rumores para no atemorizar a los evangelizadores. Cerca de allí, los arhuacos les recalcaban a los religiosos cada vez que se les acercaban con sus manos elevadas al cielo y una grande cruz cristiana:
"Nuestros dioses están vivos, el de ustedes está muerto". La Iglesia siguió fundando aldeas con capillas. "Un Dios sentado no sirve para nada", fue lo último que les dijeron los arhuacos.
La Iglesia no lograba debilitar las creencias de los pocos indígenas que habían conquistado. La mayoría eran enfermos y vagabundos que huían de sus familias tras alguna peste o algún crimen. Los wayúus eran belicosos, los motilones tenían fama de caníbales, y los arhuacos eran pacíficos. Los religiosos optaron por evangelizar primero a los últimos.
En poco tiempo se dieron cuenta que los arhuacos poseían una fortaleza espiritual inquebrantable. A comienzo del siglo XX todos los esfuerzos religiosos por apaciguar el alma de los indígenas habían sido en vano. En 1918 se hizo el último intento con la fundación del orfelinato las Tres Avemarías, cuya misión era convertir a la fe católica a los niños nativos, pero resultaron más difíciles que los adultos.
La Iglesia no lograba debilitar las creencias de los pocos indígenas que habían conquistado. La mayoría eran enfermos y vagabundos que huían de sus familias tras alguna peste o algún crimen. Los wayúus eran belicosos, los motilones tenían fama de caníbales, y los arhuacos eran pacíficos. Los religiosos optaron por evangelizar primero a los últimos.
En poco tiempo se dieron cuenta que los arhuacos poseían una fortaleza espiritual inquebrantable. A comienzo del siglo XX todos los esfuerzos religiosos por apaciguar el alma de los indígenas habían sido en vano. En 1918 se hizo el último intento con la fundación del orfelinato las Tres Avemarías, cuya misión era convertir a la fe católica a los niños nativos, pero resultaron más difíciles que los adultos.
Diez años más tarde se desató una matanza entre clanes wayúus rivales que provocó el destierro de muchas familias. Los misioneros salieron a su encuentro y adoptaron a todos los que pudieron. Sin embargo, el temperamento altanero de los wayúus se convirtió también en un dolor de cabeza para los misioneros. Veinte años después, la Iglesia reconoció finalmente que había fracasado con los métodos cristianos.
El silencio de Dios
A comienzo de los años cincuenta hubo un extraño silencio en los monasterios y sus alrededores. Los indígenas más ancianos sospecharon que algo no andaba bien. A puerta cerrada, se cree que los religiosos se habían decidido por un plan arriesgado para evangelizar a los indígenas: cruzar las tres razas de indios para transformarlos en seres humanos más dóciles y temerosos de Dios, de acuerdo con pruebas documentales y el relato oral de los pocos sobrevivientes de la historia.
A comienzo de los años cincuenta hubo un extraño silencio en los monasterios y sus alrededores. Los indígenas más ancianos sospecharon que algo no andaba bien. A puerta cerrada, se cree que los religiosos se habían decidido por un plan arriesgado para evangelizar a los indígenas: cruzar las tres razas de indios para transformarlos en seres humanos más dóciles y temerosos de Dios, de acuerdo con pruebas documentales y el relato oral de los pocos sobrevivientes de la historia.
Para la misma época se inició el conflicto entre subversivos y fuerzas del estado colombiano, y la región de la Sierra Nevada de Santa Marta, donde habitaban la mayoría de los indígenas, se convirtió en epicentro de la guerra. El gobierno expropió varios territorios para atacar a los insurgentes, y trastornó la vida pacífica de arhuacos, koguis, wiwas y kankuamos, que empezaron el éxodo hacia las zonas más bajas de la montaña.
Los religiosos aprovecharon el caos y dieron refugio a un centenar de indígenas en el monasterio de la antigua ciudad sagrada de Nabusímake, nombre que los religiosos cambiaron por el de San Sebastián de Rábago, y en el que ya vivían algunas familias de las demás tribus adoptadas años antes.
¿Eugenesia Nazi?
Nadie sabe si el Vicariato Apostólico de La Goajira, responsable de la adoctrinación, informó a la Alta Iglesia de practicar la eugenesia con los indios, una novedosa ciencia que a mediados de siglo XX prometía el mejoramiento de la raza humana a través de cruces selectivos, y que ya habían experimentado los alemanes durante el régimen Nazi.
Nadie sabe si el Vicariato Apostólico de La Goajira, responsable de la adoctrinación, informó a la Alta Iglesia de practicar la eugenesia con los indios, una novedosa ciencia que a mediados de siglo XX prometía el mejoramiento de la raza humana a través de cruces selectivos, y que ya habían experimentado los alemanes durante el régimen Nazi.
Los indígenas recuerdan que en sus pueblos asolados por la violencia andaban unos "hombres que parecían monos y con ojos de mar”. Creían que eran los que hacían preguntas sobre sus vidas para escribir libros, los antropólogos. Dos de estos extranjeros resultaron ser médicos genetistas alemanes contratados por la Iglesia, que supuestamente habían huido tras la guerra, y ahora investigaban con plantas nativas para una multinacional farmacéutica norteamericana.
El Cabildo Arhuaco supo que los dos desconocidos estaban en sus territorios para "debilitar su raza, hacerlos distintos, cambiarles su manera de pensar y sus costumbres milenarias", con el fin de hacerlos más aptos para el aprendizaje del pensamiento cristiano. Los indígenas vecinos a los monasterios creyeron que algunos de los antropólogos también colaboraban con el plan de la Iglesia.
Los testigos de la historia tienen en su memoria a un hombre alto y serio que no hablaba su lengua ni un buen español. Era *Gerardo Reichel-Dolmatoff, un etnólogo de origen austríaco y residenciado en Colombia que investigaba el poblamiento antiguo de la Sierra Nevada de Santa Marta y La Guajira. Unos indígenas lo consideraban amigo de los capuchinos y evitaron su encuentro. Diez años después de la muerte del profesor Reichel-Dolmatoff, en 1994, una publicación lo señaló como miembro del partido Nazi en su juventud, aunque los indígenas no supieron con certeza si el antropólogo estuvo implicado en el trabajo de los genetistas.
Los testigos de la historia tienen en su memoria a un hombre alto y serio que no hablaba su lengua ni un buen español. Era *Gerardo Reichel-Dolmatoff, un etnólogo de origen austríaco y residenciado en Colombia que investigaba el poblamiento antiguo de la Sierra Nevada de Santa Marta y La Guajira. Unos indígenas lo consideraban amigo de los capuchinos y evitaron su encuentro. Diez años después de la muerte del profesor Reichel-Dolmatoff, en 1994, una publicación lo señaló como miembro del partido Nazi en su juventud, aunque los indígenas no supieron con certeza si el antropólogo estuvo implicado en el trabajo de los genetistas.
Perversión y locura
El experimento de los religiosos comenzó con el acercamiento entre los indígenas, pero se rechazaban por un celo natural. Se construyó en pleno monte un centro de 'esparcimiento' espiritual que por las noches se transformaba en un antro de mala muerte para ambos sexos y donde se consumía ron, coca y marihuana. Los festejos terminaban en orgías en las afueras del edificio, hasta que los indígenas vecinos lo denunciaron a las autoridades.
El obispo Gaspar de Orijuela, del Vicariato Apostólico de la Goajira, respondió: "Esos son comentarios inventados por los comunistas enemigos de la Sierra. La casa de diversiones fue cerrada, y más tarde se levantó una residencia con cuartos parecidos a confesionarios. Allí se permitía beber ron de caña, mambear coca y fumar marihuana para incitar las relaciones sexuales. Las parejas seguían resistiéndose al contacto íntimo.
Los capuchinos recurrieron a regalos y a la promesa de devolverles las tierras que el gobierno les había arrebatado, debido a la guerra, con tal de que se amaran "como Dios manda”. Los indígenas terminaron cediendo bajo los efectos del ron y las drogas. Al principio se embriagaban, se tornaban agresivos, se golpeaban, unos se ahorcaron, otros enloquecieron, pero a la final tuvieron sexo bajo mutuos sometimientos violentos.
“Los nuevos hijos de Dios”
Las parejas se cambiaban con frecuencia para no crear vínculos afectivos y los padres perdieran el rastro de sus hijos. Una noche los arhuacos rodearon el centro misionero y protestaron. El Cabildo se quejó ante los altos tribunales de Bogotá. Los capuchinos aclararon: "No estamos haciendo ningunas comprobaciones raciales, sino haciéndonos cargo de unos indios huérfanos por la matanza entre clanes wayús en 1.929…"
Al poco tiempo nacieron las primeras criaturas y fueron apartadas de sus madres, con la excusa de evitar su secuestro por los subversivos. Los arhuacos se espantaron al saber que el plan de los misioneros era crear aldeas con estos niños para hacerlos distintos a ellos, sin su lengua nativa, su pensamiento y sus costumbres.
Los indígenas hicieron una nueva denuncia. Los religiosos fueron tajantes: "No conocemos ninguna ley de la República que prohíba unirse en matrimonio a un habitante de la costa con uno del interior, o a un indio guajiro con un arhuaco”. El Consejo de Estado archivó el caso tras no comprobar los sometimientos sexuales entre los indígenas, y apenas se publicó una breve reseña en la prensa de Santa Marta.
Un grupo de arhuacos estaba intrigado por sus nuevos parientes y los vigilaron durante los primeros años. Una veintena de niños y niñas crecieron en el claustro sin ningún contacto con el mundo exterior, pero cuando supieron cómo llegaron al mundo se escaparon con rumbos desconocidos, después de saquear dinero y piedras preciosas de los religiosos.
Los hijos del crimen
Los religiosos no hablaron más del asunto. Un grupo de indígenas le siguió el rastro a los parientes fugitivos. Se enteraron que unos se convirtieron en criminales que azotarían por años la troncal del Caribe, otros eran traficantes y guardaespaldas de la tristemente célebre “bonanza marimbera” de los años setenta y ochenta, algunos mataron a sus propios hermanos y se cuenta que varios se volaron la cabeza.
La pareja más famosa de estas uniones forzosas era la de dos hermanos que no conocieron su incesto: la arhuaca Betsabé y el wayúu Dionisio, nombres dados por los religiosos para recordar, seguro, su naturaleza, ya que el dios griego del vino Dionisios había nacido como hijo bastardo de Zeus, mientras la bíblica Betsabé tuvo una relación adúltera con el rey David.
Los hijos indios de Betsabé y Dionisio crecieron sanos hasta su adolescencia, cuando se enteraron de su historia. Masacraron a sus padres a machetazos. Una noche asaltaron la parroquia de un poblado y obligaron a una monja y al cura a tener relaciones sexuales, luego violaron a la monja y finalmente los descuartizaron. Nunca más se supo de esta pareja.
En los años sesenta, un Cabildo Arhuaco denunció la historia en una carta enviada al Papa Pablo VI, pero nunca recibieron respuesta. La Corte Constitucional de Colombia reconoció en 2006 el derecho de los arhuacos a resguardar su patrimonio espiritual, a través de una sentencia que apoya una verdad repetida desde hace siglos por los indígenas.
“Los valores de la Iglesia Cristiana son incompatibles con el pensamiento religioso de los indígenas”, dice la verdad constitucional, aunque es la misma verdad que en español trabajoso y áspera voz a modo de canto les reiteraban los arhuacos a los religiosos desde hace 300 años. Generación tras generación.
En 2007 la Comisión Indígena Latinoamericana, de la que hacían parte los arhuacos, le recordó al Papa Benedicto XVI el penoso suceso en el documento “Atropellos de la evangelización en América”, pero se dice que ni siquiera hizo parte del matalotaje folclórico que los sumos pontífices llevan de vuelta al Vaticano tras sus viajes por el mundo.
La historia de “Los nuevos hijos de Dios” sigue intacta en la memoria de los indígenas que la conocieron de sus padres y abuelos, para que nunca se repita. Aún la narran en sus noches insomnes de coca y cantos espirituales con acordeón en la luna nueva de septiembre.
Urbimundo
Urbimundo
Cordial saludo
ResponderEliminarDe manera atenta, les pido eliminen cuanto antes este contenido de mi propiedad intelectual, debido a las normas que rigen sobre derechos de autor. Cualquier inquietud escribir a urielarizaurbina@gmail.com. Gracias