La primera referencia
acerca de un lupanar, de la que se tiene razón a través de registros, aparece
en Sumeria, y describe una especie de templo dedicado a la diosa Ishtar.
En el siglo VI AC el
sabio Solón, fundó en Atenas, el primer lenocinio, los cuales se esparcieron por
las periferias de las ciudades, y en las llamadas zonas portuarias.
A partir de 1350 se
comienzan a legalizar los prostíbulos, los cuales pagaban un impuesto y les
estaba permitido funcionar en calles determinadas.
En la edad media la
grave situación económica obligó a la apertura de numerosas casas de cita en
las grandes ciudades, las prostitutas emigraban buscando las maneras más
fáciles para ganarse la vida, muchas acudían a las ferias y fiestas ambulantes
en la búsqueda de clientes entre las personas más adineradas.
Los lupanares siempre
ha sido centro de referencia en la literatura hispanoamericana. Vargas Llosa,
Donoso, Onetti, Pedro Antonio Valdés, y muchos otros, han utilizado éste
espacio como un lugar para desnudar las
relaciones sociales en América.
Gabriel García
Márquez, quien confesaría en una entrevista que perdió su virginidad, en un burdel
donde fue a cobrar un dinero del negocio de su padre, hace un uso recurrente
del territorio de la casa de putas, y a través del uso de recursos fabulosos, como si se tratara
de un sueño lo convierte en un lugar mítico y maravilloso.
“…Era un inmenso
salón al aire libre, por donde se paseaban a voluntad no menos de doscientos
alcaravanes que daban la hora con un cacareo ensordecedor. En los corrales de
alambre que rodeaban la pista de baile, y entre grandes camelias amazónicas,
había garzas de colores, caimanes cebados como cerdos, serpientes de doce
cascabeles, y una tortuga de concha dorada que se zambullía en un minúsculo
océano artificial. Había un perrazo blanco, manso y pederasta, que sin embargo
prestaba servicios de padrote para que le dieran de comer…”
El prostíbulo
del Gabo es una esfera sagrada, especie de mándala mágico, donde se ordena la
vida de la comarca, y cohabitan todos los seres de un gran bestiario. A través
de su descripción, se crea un fondo como un cielo malva que empuja los vientos
de la religiosidad, un espacio sublime, donde la gente se pude redimir de los
pecados de la azarosa y volcánica vida cotidiana.
“Ulises
esperó su turno para entrar, y lo primero que le llamó la atención fue el orden
y la limpieza en el interior de la carpa. La cama de la abuela había recuperado
su esplendor virreinal, la estatua del ángel estaba en su lugar junto al baúl
funerario de los Amadises, y había además una bañera de peltre con patas de
león. Acostada en su nuevo lecho de marquesina, Eréndira estaba desnuda y
plácida, e irradiaba un fulgor infantil bajo la luz filtrada de la carpa.
Dormía con los ojos abiertos”.
El culto al poder
sexual de los ancestros africanos, a través de la descripción de miembros
enormes, deseos insatisfechos de fornicación, se manifiesta explícitamente en las casas de
cita, que como mariposas amarillas se encuentran en la prosa liviana y volátil
de éste colombiano que ha expresado “En la región donde nací hay formas culturales de raíces africanas y muy
distintas a las de las zonas del altiplano, donde se manifestaron culturas
indígenas. En el Caribe, al que pertenezco, se mezcló la imaginación desbordada
de los esclavos negros africanos con la de los nativos precolombinos y luego
con la fantasía de los andaluces y el culto de los gallegos por lo sobrenatural”.
En Gabriel García Márquez, los burdeles son
lugares secretos, para la iniciación, donde reina la compasión, envuelta en una especie de viento
caribeño que algunas veces deja presagios, como en memoria de Mis Putas Tristes
“La casa como todo burdel al amanecer, era lo más cercano al paraíso. Salí por
el portón del huerto para no encontrarme con nadie. Bajo el sol abrasante de la
calle empecé a sentir el peso de mis noventa años, y a contar minuto a minuto
los minutos de las noches que me hacían falta para morir”.
La narrativa
Garciamarquiana hace de las prohibidas salas de trato áreas para vivir, por arte de sortilegios y
embrujos se llenan de intimidad, “En el traspatio, donde empezaba el bosque de
árboles frutales, había una galería de seis alcobas de adobes sin repellar, con
ventanas de anjeo para los zancudos. La única ocupada estaba a media luz, y
toña la negra cantaba en el radio una canción de malos amores”.
Son conocidas las historias
que en la vida real vincularon al escritor con los burdeles, como aquella
anécdota contada en la Hojarasca, donde se deja entrever que García Márquez,
vivió durante un tiempo en un conocido burdel, porque a fin de cuentas él
opinaba como uno de sus escritores preferidos William Fulkner: “que el mejor
lugar para escribir una novela es la segunda planta de un burdel. La novela
nacía en ese bullicio mundano alimentada por el fuego de la poesía. Como si
fuese una historia de amor improbable en un mundo de amores solamente posibles”.
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