"Conseguir desodorante en Caracas" o "La familia va de cacería". Por César Contreras

Mi tía dice que vamos a "patear" desodorantes y de inmediato nos ponemos en modo de excursión, de guerra. Nos pintamos las caras con betún imaginario y nos montamos en nuestro convoy con forma de Aveo. El objetivo es el este, con la concepción de que allí no hay que hacer colas, ni rogar por un número que permita acceder a un producto. Muchas concepciones y pretensiones. Certezas, ninguna.

Cada quien tiene su rol: mi tía, directo a hacer la cola que da la vuelta al Locatel; mi primo y yo, ubicar desodorantes, jabones y algún otro artículo que salte a los ojos de nuestra necesidad; mi prima, lanzarse a la caza de toallas sanitarias y demás artículos femeninos que los hombres (ya cada vez menos) tenemos pena de comprar. Por un momento me paro en el medio del local y veo las caras de las personas, sus gestos, sus ademanes. Desesperación. Eso es lo que veo. Comprar como si no hubiera mañana.

En la segunda parada que hacemos, me encuentro con Roberto Echeto, antiguo profesor de taller y escritor que disfruto. Nos saludamos, me pregunta qué tal todo.


—Aquí —le contesto—, en la eterna búsqueda...

—Sí —dice él—, en esa búsqueda de no sé qué, pero algo estamos buscando.


Sale de la farmacia y camina resuelto a encontrar eso que le falta. La búsqueda de artículos básicos se ha vuelto tan complicada como la búsqueda del sentido de la vida.


Le digo a mi prima que acabo de saludar al autor de "No habrá final". Se molesta:


—Me hubieras dicho. Quería decirle lo genial que es su libro.


El viaje nos lleva hasta Alto Prado, una zona que nos resulta ajena, extraña; siento que en cualquier momento nos pedirán el pasaporte. Entramos a uno de estos centros comerciales viejos, de esos que se ven tan derrotados como nosotros.

Aterrizamos en una taguara de mala muerte que se hace llamar a sí misma una farmacia. Anaqueles vacíos y trabajadores aburridos. Una señora y su hija revisan con curiosidad unos productos que están acompañados por un cartel que reza "uno por persona".

Son desodorantes. Mi primo y yo nos miramos, ojos brillando, y tomamos el uno que nos corresponde.
Alivio.

¿Es justo? No. Pero no hay tiempo de ponernos reflexivos. Cumplimos con la misión.

Lo que me llevo es que, a pesar de la incomodidad que supone toda esta situación, la gran molestia con la que se queda mi prima es que no le haya presentado a Echeto.
Dentro del desastre, algunas cosas, como la literatura, nos siguen rescatando.

César Aramís Contreras Parra

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