Un acontecimiento sin precedentes en la historia de Venezuela sorprendió esta semana a los ciudadanos: un robo masivo tipo comando en el Metro de Caracas. A continuación, reproducimos la publicación de la periodista Leni Rojas en el diario Quinto Día.
Usuarios del sistema de transporte más grande de Venezuela
permanecieron secuestrados durante quince minutos presos del pánico, en
la ruta Plaza Venezuela-Sabana Grande
El pasado lunes 5 de octubre, un considerable grupo de pasajeros del
sistema de transporte Metro de Caracas, fue víctima de un asalto
colectivo ocurrido en los túneles entre las estaciones Plaza Venezuela y
Sabana Grande en dirección Palo Verde, entre las siete y ocho de la
mañana. Los asaltantes portaban armas largas y robaron a todas las
personas que estaban en los siete vagones del tren.
Jessica Araque, una de las víctimas, relata que ese día salió de su
casa un poco más tarde de lo que acostumbra, por lo que tuvo que correr
para intentar llegar a tiempo a su trabajo. “Salí de mi casa a las 6:40
de la mañana. Caminé una cuadra, tomé con premura una camioneta que
pasaba y diez minutos después llegué aliviada a la estación Plaza Sucre
en Catia. Miré la hora y noté que ya pasaban las 6:50am, así que bajé
las escaleras corriendo, impedí el cierre de las puertas con mi mano y
logré alcanzar el tren”.
Con el pasar de las estaciones, las personas que iban entrando
empujaban al resto de los usuarios en su afán de montarse y llegar a su
destino. Entre “no me empujen y den permiso”, unos cuantos segundos
después de pasar Plaza Venezuela, al grito de “Todos al piso” se detuvo
el tren, describe Araque.
Los pasajeros que venían unos sentados y la mayoría de pie,
reaccionaron ante esa situación que nadie desearía: Ser víctima de un
robo colectivo a mano armada con más de un asaltante airado, en
situación de rehén y en medio de un túnel subterráneo a casi 40 metros
de profundidad respecto a la superficie, “No había a dónde correr ni a
dónde ir, solamente me quedaba seguir las instrucciones”, relató la
joven de 21 años.
“Todos al piso, pero ya…” exclamaban los ladrones, al tiempo que tres
hombres con arma en mano sacaban al operador de la cabina, quien
trataba de mediar por su vida, mientras uno de los delincuentes le
apuntaba por la espalda, otro en el estómago y el tercero en la cabeza:
“No me maten por favor, no me maten. Llévense lo que quieran, agarren mi
cartera, allí están las tarjetas, llévenselo todo, pero no me maten por
favor. Tengo gente esperándome en la casa…” imploraba el trabajador.
Agachados con la mirada al piso, decenas de personas que abordaron el
infortunado tren subterráneo ese lunes en la mañana, trataban de hacer
silencio.
Los asaltantes distribuidos de dos en dos por los siete
vagones, salvo los tres que apuntaban al operador, iban revisando de uno
en uno a cada pasajero minuciosamente. Un niño que lloraba llamó la
atención de uno de los delincuentes, quien apuntándole al menor, sugirió
a la madre: “Calle a ese niño o lo callo yo…” La mujer asustada posó su
mano sobre la boca del pequeño y comenzó a susurrarle cosas al oído
para calmarlo, dejándolo sollozar entre sus dedos, resaltó la víctima.
A medida que los asaltantes les quitaban las carteras a los pasajeros
asustados, las volteaban en el piso, revisaban y sacaban lo que
querían, aquellos objetos que eran de su gusto, los iban introduciendo
en dos bolsos. Una vez que de persona en persona fueron obteniendo sus
bienes, llamaban a las víctimas y de manera intimidante les ordenaban
recoger lo que quedaba de sus pertenencias en el suelo. Y así fueron
haciendo sucesivamente con todos los pasajeros que se encontraban
distribuidos en los siete vagones.
“Movimiento, movimiento…” insistían los asaltantes, a medida que se
acercaban hasta donde se encontraba Jessica, aguardando inevitablemente
su turno con el corazón acelerado. De reojo la joven podía notar como
golpeaban a las personas que no tenían nada de valor ni de dinero. Un
señor mayor que no tenía más de 100 bolívares en su bolsillo recibió un
duro golpe en la cabeza que inmediatamente lo desplomó inconsciente
sobre otros pasajeros, quienes no pudieron evitar, mancharse de sangre.
Ante semejante acción, Jessica no pudo evitar que sus manos temblaran
al llegar el momento. Al igual que el resto, tuvo que voltear su
cartera y ver como sus pertenencias caían en el suelo. Un teléfono
desgastado y casi inservible era todo lo que recordaba tener, pero “por
cosas de Dios”, como ella misma relata, de su cartera, salieron 2 mil
bolívares. El ladrón agarró el dinero, revisó el teléfono y al no
satisfacer sus gustos tecnológicos, prefirió lanzárselo por la cabeza
que llevárselo en el bolso.
Cuando finalmente el robo estaba por culminar, los tres asaltantes
que apuntaban al operador, lo hicieron entrar de nuevo a la cabina.
Echaron a andar el tren unos cuantos metros y nuevamente, antes de
llegar a la estación Sabana Grande, justo en frente de un túnel
paralelo, pero más pequeño, sólo para personal autorizado, el vagón
abrió sus puertas. Los pasajeros se miraban unos a otros, como quien aún
no cree lo que está sucediendo y hablándose con la mirada, se decían
prácticamente “no hagamos nada que llame la atención”, indicó Araque.
“Fueron quince minutos que se hicieron eternos para todos”, continuó.
El tren abrió las puertas y pese al alivio, la incertidumbre no cesaba.
En ese momento uno de los delincuentes gritó: “Quédense como están”, y
sin apuro, se desplazaron cual trabajador del Metro por el túnel de
contingencia.
Luego que los asaltantes finalmente se perdieron de vista, el tren
cerró sus puertas y anduvo nuevamente los pocos metros que faltaban para
llegar a la estación Sabana Grande. Una vez allí se detuvo y dejó salir
a los aliviados pasajeros, quienes daban gracias por haber salido de
esa experiencia con vida, entre ellos, el operador, quien al parecer vio
la muerte de cerca y prefirió sentarse en el suelo a esperar ser
auxiliado.
La denuncia
En la Estación ya había cuatro funcionarios de la Policía Nacional
Bolivariana esperando la unidad de transporte, pues efectivamente en las
pantallas del centro de control de operaciones se veía un tren
estacionado en la vía, y es de conocimiento para el personal operativo,
que el retraso de uno, automáticamente genera caos en el resto. Los
efectivos policiales estaban colocados a los extremos del andén, dos a
cada lado del tren.
Los pasajeros afectados enseguida se les acercaron pidiéndoles ayuda,
pero irónicamente se encontraron con policías que manifestaron no creer
lo que había sucedido, y en vez de revisar el túnel, pedir refuerzos y
cerrar las salidas de contingencia para garantizar la seguridad del
resto de los usuarios y del mismo personal operativo, prefirieron
inspeccionar una vez más a las víctimas, “como si no hubiera sido
suficiente”, denunció Jessica Araque.
En el hecho, una de las pasajeras resultó ser la única detenida. Su
delito, golpear a uno de los funcionarios que se burló de ella porque se
había quedado descalza por haberle robado sus zapatos. Los cuatro
policías prefirieron dividirse y entre dos llevarse detenida a la joven
por agresión a la autoridad, a quien de hecho sacaron esposada de la
Estación Sabana Grande, y los otros dos se montaron en el tren con la
mayoría de las víctimas, a quienes no les quedó más remedio, como a
Jessica, que seguir con su destino. El reloj marcaba las 8:15 de la
mañana.
Los más de catorce asaltantes se perdieron por el túnel sin que nadie
les dijera nada. Ni el personal operativo, ni la policía, ni los medios
de comunicación, ni las mismas víctimas, se hicieron eco del suceso. Al
parecer, los atracos que ocurren dentro de este sistema de transporte
suelen convertirse en simples historias subterráneas que pasan a ser más
mito que verdad. Ante este panorama hay quienes se preguntan por qué
nadie dijo nada, y a quién no le conviene que estos acontecimientos se
sepan.
Leni Rojas (@Eco_Periodistas) / Quinto Día
Leni Rojas (@Eco_Periodistas) / Quinto Día
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