Y ¿qué hay del nominativo: yo, tú, él...; del acusativo: me, te, se... o del dativo: a mí, a ti, a él? Siempre se nos dice: “Primero dominen y luego cuestionen su funcionamiento”, pero es inevitable detener el espíritu crítico que nos invade ante lo extraño. Preguntar “¿cómo?, ¿para qué?” y no “¿por qué?”, he allí la solución. No existe respuesta a “¿por qué el verbo al final en alemán?, ¿por qué ich heirate dich (yo te caso) y no, como en español, “yo me caso contigo”? Cada lengua nos presenta una manera de narrar el mundo, las diferentes perspectivas con las que cada civilización fue dibujando con palabras su realidad. No debemos dejar de cuestionarnos, solo debemos repensar nuestras preguntas. Dando cabida ahora a un “¿por
qué?”: ¿por qué debemos evitar comparar la lengua extranjera con nuestra lengua materna? Permítanme la osadía de pasar por alto las teorías psicolingüísticas y argumentar a favor de la importancia de comparar las lenguas y traducir mientras aprendemos un idioma nuevo.
Al que aprende alemán por primera vez se le enseña que, a diferencia del español, el alemán es una lengua de casos. Si bien el español no es una lengua desinencial, debe existir alguna razón por la cual decimos “para ti” y no “para tú”, “a ti” y no “a tú”, “la rosa roja” y no “la rosa rojo”. Si el aprendiz de alemán comprende estas variaciones del español, comprenderá más fácilmente el funcionamiento de los casos en alemán. ¿Para qué declinamos en alemán? Para lograr una armonía sintáctica, morfológica y hasta fonética, de la misma manera que en español evitamos decir “la agua” o “con tú”. No olvidemos que tanto el español como el alemán aún conservan en lo más profundo de sí el genio del latín, el germen del pensamiento romano.
Ritos de Ilación
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