Escribir de Román es complicado. Es como tratar de elogiar a Cortázar o reproducir a Shakespeare: acciones que con toda seguridad serán una gota más del océano. ¿Cómo decir algo distinto de quién fue uno de los más distintos?
En la Copa Libertadores del 2012, Boca Junior debía enfrentar al Zamora de la ciudad de Barinas, Venezuela. Aquello generó mucha expectativa, porque Venezuela es un país futbolísticamente pequeño, en el que se envidia el talante de las grandes competiciones del mundo. El glamour de jugadores como Riquelme es ajeno a un país en el que la mitad de los estadios no tienen un césped apto para la práctica del fútbol.
Por eso, se entiende que en Barinas a muchos les importara más ir a ver al Boca de Riquelme que al equipo de su tierra. Sin embargo, el circo armado por la Alcaldía local fue, cuando menos, ridículo, pues decidió entregarle al “10” de Boca la llave de la ciudad Barinas, con lo que el jugador fue declarado “hijo ilustre” de la ciudad.
Es complicado entender qué tenía que ver uno de los mejores jugadores de la historia con Barinas. Es indudable que el gesto fue un asunto circense típico de la política, organizado por el alcalde Abundio Sánchez.
¿Cuántos recuerdos podía tener Román de Venezuela, para ese momento? Quizá el más significativo era la Copa América perdida por Argentina frente a Brasil, en el 2007.
Por nombres propios, esa selección albiceleste era una de las más mediáticas de los años recientes. Román fue el fútbol, el hilo y la aguja de todo el equipo, durante todo el torneo; salvo en la final, en la que fue desaparecido por la marca del volante central Mineiro. Una osadía que le valdría el título a Brasil, pero que sería la única participación resaltante en el fútbol internacional del jugador brasileño.
¿Qué más se puede decir de Riquelme que no se haya dicho? Con su retiro se va uno de los últimos románticos que han preferido jugar al fútbol antes de posar. En una época en que los futbolistas saben que las cámaras los enfocan y actúan como salidos de un film, Riquelme solo se preocupó por darle pausa al vértigo del marketing del fútbol actual. La misma pausa que le daba a la pelota en la cancha. Un jugador que públicamente denigró a las barras. Que fue tan polémico y arrogante como lo puede llegar a ser un jugador de su estatus; pero que, por sobre todas las cosas, honró el fútbol.
Hay quienes lo llamaron “pecho frío”. Son los mismos que creen descubrir el agua tibia en el fútbol con mitos como “resultadismo” o “cerrar los partidos”, y que siempre hablan de la “preparación física” antes de hablar de la pelota. Y aunque varios galardones de la Fifa y de revistas europeas se le resistieron, gracias a cierto aire exclusivo que encierran esos extraños premios, la historia, como de costumbre, pondera la justa valía de cada quien. Ahí está Román, junto a los más grandes. Ahí está Riquelme, siendo recordado por la hinchada de Boca como el “10” más importante de la historia del equipo. Sí, por encima de Maradona.
Siendo un tipo que quizá mereció más galardones individuales y que ha recibido el más importante de todos, el cariño y el respeto del mundo, lo único que le dieron, y nunca mereció ni merecerá, fue la llave de Barinas.
Por lo demás, solo queda agradecer.
Gracias, Román.
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