Chevige Guayke, es un
escritor polémico y mordaz, una especie de duende de la literatura subterránea,
cuyo trabajo literario es de una innegable
calidad, sin embargo algunos recopiladores han optado por dejarlo fuera de las
listas de grandes narradores, para ellos “Paique
y Otros Relatos” (1974), es un libro imaginario, una de las muchas
ficciones del hijo de Rita, que siempre sueña y recrea esa oralidad del hombre costeño
que un día vio llover pescado, y contempló lleno de asombro e ingenuidad como el fantasma
de su madre, se le aparecía en aquella casa abandonada donde se supone habitó
Eduviges González, y aprendió a conjurar la amistad,
y el compromiso político, soma sagrado que aparece en muchos de sus textos de “Faltrilkera y Otros Bolsillos” (1980), donde los eternos fantasmas
de la soledad de William Fulkner,
desandan a lo largo y ancho de relatos llenos de seres nostálgicos que
vienen y desaparecen en las grandes habitaciones de casas llenas de tristura,
donde el hambre y la ausencia forjaron la vida de un escritor de una gran
sensibilidad que fabula sobre el mundo
de la infancia con sus secretos y
añoranzas, y que de niño soñaba con un idilio como el que describe Gardel, en Amores de Estudiantes.
Más allá de los
reconocimientos del autor de aquel célebre “Manifiesto contra la Basuratura”, que causo tantos dolores de
cabeza, y que aún deja un mal sabor en la boca de las llamadas vacas sagradas
de la literatura nacional, la cuentistica
de éste irreverente relator trasciende
las fronteras de “Karbhoro un Lugar Absolutamente
Verosímil” (1977), territorio mágico donde transcurren muchos de sus microrelatos, y que dio origen
práctico a la creación de un imaginario
personal , y atemporal, lleno de
ficciones que es el principal signo de la obra
del azote de concursos literarios
como el Lola Fuenmayor, El Juan Meza Vergara, El Teresa de la Parra, y la
Bienal de Poesía Aquiles Nazoa, donde arrasó.
Chevige Guayque, jamás se ha
quejado por estar en la lista negra de las letras, o porque no lo incluyen en
una antología de relatos venezolanos, donde indudablemente debe estar por
textos como Paique, ganador del concurso de Cuentos de El Nacional en (1974),
describe con lo que Charles Atlas, calificaría como el método de Tensión
Dinámica en la literatura, la angustia y el miedo de su personaje principal que
aprovecha sus propias fuerzas interiores para recrear ese otro miedo que como
una pesadilla se pega a los ojos del
lector con sus sombras y fantasmas que terminan explicando y zurciendo la realidad político social que
vivía Venezuela en ese momento.
En Historias que se cuentan solas (1992), y Sic
transit gloria mundi (1993), se continua el hilo dramático de su mundo
ficcional, dibujando en un círculo eterno la nostalgia de la infancia que es
una constante en toda la narrativa de éste iconoclasta de las letras
venezolanas, que le gustaba recibir a los jóvenes escritores envuelto en una bata de terciopelo verde
anunciándose con su potente voz de barítono como Felipe Pirela, en aquella
inmensa quinta llamada Coral Gable, en Pleno
Rostro Metáforico de Barcelona (2002), ciudad llena de soledumbre que
intenta tomar presencia en sus textos para cerrar el circuito de los callejones y las calles llenas
de desamparo, de espantos y personajes que regresan desde la muerte como en las
páginas de Difuntos en el Espejo
(1982), libro atemporal donde convergen
todos los mundos imaginativos, llenos de personajes pueblerinos que regresan
eternamente a contar sus dramas cotidianos poblados de imágenes y recuerdos
fantásticos que le imprimen al libro un carácter lúdico donde la memoria parece
no existir en el espacio de la realidad
como la conocemos, y se entrelaza en ese
otro territorio cerca de “La
Muerte habita el Sitio donde la Vida mueve el Pie” (1985), cuento
maravilloso que evidencia y pone de manifiesto
las mejores técnicas del escritor, desenfadado e irreverente que hoy se pasea en
un traje de casimir y con un largo sombrero panameño por los espacios de la Biblioteca Pública
Julián Temistocles Maza, donde hace labores como corrector de pruebas del Fondo Editorial
del Caribe, y en sus ratos libres tira la suerte, vende ensalmes, y realiza sus
curaciones como buen Blacamán.
Karbhoro
Todo estaba increíblemente igual y en el mismo sitio. El mismo muelle de madera aún estaba intacto y a sus costados permanecían atracadas las mismas embarcaciones.
Los mismos muchachos se lanzaban desnudos al mismo mar, frente a los mismos crepúsculos.
La misma plaza y la misma estatua del mismo general y el mismo demente pronunciando los mismos discursos épicos-filosóficos montando en el mismo banco.
Las mismas Angoletas saltando en las mismas ramas de los mismos robles y de los mismos guayacanes. Los mismos músicos interpretando las mismas canciones.
El mismo viento afectuoso untado del mismo océano. Los mismos perros ladrándoles a los mismos duendes y a los mismos encapotados. Los mismos gallos cantando tediosamente a orillas del mismo mediodía.
La misma iglesia y el mismo cura. Las mismas calles taciturnas y casi milagrosamente igual y en el mismo sitio.
La misma mansedumbre. Los mimos ojos melíficos. La misma palabra sensible y elemental.
Sinceramente: estaba asombrado. El pueblo era el mismo de siempre. Qué alegría volver después de tantos años y hallarlo insólitamente igual.
No quería creerlo. Pensé en pesadillas, en alucinaciones.
Me acerqué a un hombre que descansaba plácidamente bajo un árbol, y le pregunté:
-¿Esto es Karbhoro, verdad?
-¿A cuál se refiere, al viejo o al nuevo?
-¿Y a hay dos Karbhoro?
-Sí; dos que son el mismo, pero el nuevo está más adelante en el tiempo, y el viejo es esta antigua fotografía en la que estamos usted y yo.
Todo estaba increíblemente igual y en el mismo sitio. El mismo muelle de madera aún estaba intacto y a sus costados permanecían atracadas las mismas embarcaciones.
Los mismos muchachos se lanzaban desnudos al mismo mar, frente a los mismos crepúsculos.
La misma plaza y la misma estatua del mismo general y el mismo demente pronunciando los mismos discursos épicos-filosóficos montando en el mismo banco.
Las mismas Angoletas saltando en las mismas ramas de los mismos robles y de los mismos guayacanes. Los mismos músicos interpretando las mismas canciones.
El mismo viento afectuoso untado del mismo océano. Los mismos perros ladrándoles a los mismos duendes y a los mismos encapotados. Los mismos gallos cantando tediosamente a orillas del mismo mediodía.
La misma iglesia y el mismo cura. Las mismas calles taciturnas y casi milagrosamente igual y en el mismo sitio.
La misma mansedumbre. Los mimos ojos melíficos. La misma palabra sensible y elemental.
Sinceramente: estaba asombrado. El pueblo era el mismo de siempre. Qué alegría volver después de tantos años y hallarlo insólitamente igual.
No quería creerlo. Pensé en pesadillas, en alucinaciones.
Me acerqué a un hombre que descansaba plácidamente bajo un árbol, y le pregunté:
-¿Esto es Karbhoro, verdad?
-¿A cuál se refiere, al viejo o al nuevo?
-¿Y a hay dos Karbhoro?
-Sí; dos que son el mismo, pero el nuevo está más adelante en el tiempo, y el viejo es esta antigua fotografía en la que estamos usted y yo.
Texto Karbhoro del Libro Difuntos en El Espejo
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